El seis de marzo de 2009 la NASA envió al espacio un ingenio que debía ayudarle a responder una de las preguntas que más intrigan al hombre desde hace cientos de años. ¿Estamos solos en el universo? Durante nueve años y medio de leal servicio, el telescopio Kepler no ha sido capaz de responder con certeza, pero ha abierto los ojos de la humanidad a otros mundos semejantes a la Tierra capaces de alberga formas de vida.
Antes de que Kepler iniciara su misión no se sabía si había planetas orbitando alrededor de otras estrellas. Ahora, gracias a sus sofisticados ojos, sabemos que hay miles de millones. Que los planetas rocosos, como el nuestro, son más abundantes que los gaseosos y que de media hay uno por estrella. Algunos orbitan tan cerca de sus astros que su superficie presenta gigantescos océanos de roca fundida. Otros están helados y vagan ajenos a todo por el espacio. También los hay que orbitan alrededor de dos estrellas. Y muchos se encuentran a una distancia ideal para tener agua líquida y luz y calor a una temperatura similar a la que se registra en la Tierra.
Los ojos de Kepler están cansados de puro viejo, ya apenas le queda combustible y la NASA ha decidido dar por finalizada su misión. El satélite órbitará eternamente alrededor del Sol, a millones de kilómetros del mundo que le vio nacer y a millones de años luz de los mundos que ha descubierto para el hombre.